Riñen los diablos en la Asamblea Nacional
Avenabet
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Hay que
rechazar seguir avanzando por la democracia con aquellos políticos y
funcionarios que aunque le quemen las manos seguirán siendo empedernidos
bribones públicos.
Ni en el
gobierno, ni en la Asamblea Nacional se puede continuar aplaudiendo a aquellos
diputados que gustan forjar y deshacer leyes constitucionales en busca de beneficios personales. Muchos de ellos son leguleyos en miniaturas, vistos por los lentes de un microscopio.
Jamás se
olvidan los tiempos de estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
de la Universidad de Panamá (UP), cuando los catedráticos César Quintero y Simeón González (ambos fallecidos) hablaban de
los mismos leguleyos en sus pretensiones políticas de pisotear la Carta Magna de la Nación.
Aunque los
tiempos cambien hay personalidades políticas que se reciclan. Hoy observamos a
los doctores Miguel Antonio Bernal Villalaz, Edgardo Molino Mola, Freddy
Enrique Blanco Muñoz, entre otros buenos catedráticos, hacer docencia para salir al frente y
defender derechos políticos y aspectos constitucionales del acontecer histórico
de Panamá.
Ya no se
puede seguir soportando el feudalismo político que se vive en la Asamblea
Nacional. La forma como se mueven algunos muñecos de trapos nos hace recordar
el teatro de acción donde Frank Luttrell, el periodista bisoño creado por la
pluma de Philip Gibbs, describía las escenas de corrupción mediante la novela
“La calle de la aventura”.
Al
periodista Luttrell le toco asistir a la
boda de Luis Felipe de Orelans, Rey de Francia en el destierro. Allí contemplo
todas aquellas magnificas figuras vestidas de azul, de rojo, de blanco y oro;
muchas de esas personalidades, con nombres y títulos famosos en los anales de
la vieja caballería francesa, le parecía a él que todos esos políticos eran
espectros, todos irreales, todos ellos obra de la fantasía de un mundo imaginario.
Aquella no
era la vida real. La novia, en puridad, no era una princesa de Francia; aquellos grandes títulos habían sido abolidos
por la República. En la boda de Luis
Felipe de Orleans, los únicos reales
eran los periodistas que estaban de pie frente a las sillas de áureas respaldos
contemplando el drama, tomando nota de los trajes y los efectos escénicos,
copiando el programa musical que uno de los periodistas había conseguido; en
aquel lugar, a pesar de tantas bellezas, el escenario era de corrupción.
Aunque la
historia del mundo cambia la corrupción se repite con el mismo son, diferentes jueces y el mismo tilín, tilín de
la mafia de la “Sanguijuelas”. Pensamos ahora,
al iniciar el mes de enero del año 2015, ir a sentarnos
en las butacas de la Asamblea Nacional para observar a los mismos diputados con
sus vestiduras blancas y quizás algunos,
llevaran guantes con filigranas de oro
del supuesto premio al desgreño
administrativos en los gobiernos locales.
Hoy
los abogados y periodistas son los únicos
seres reales en Panamá, donde la vida no
es más que un espectáculo, un drama que en ocasiones es comedia, tragedia y en otras, alegoría, cuento, ficción,
leyenda, mito y más que todo: “show”
Concluye la fábula y se levanta el telón
Gubernamental, nuevamente pasan uno a
uno los diputados. Los periodistas toman cuadernos y lápices para escribir la
historia. pero a un ángulo oscuro de la Asamblea Nacional se observan tres ancianos que repiquetean en la caja de un tambor al tiempo que a ritmo de son vociferan:
Dineros
haya en el bolsón, que no faltará quien haga el son;
¡ Silencio..! por dinero baila el
perro, y por pan, si se lo dan
Riñen los diablos, ocultan los hurtos y nadie sabe del son.